LA LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX
- EL SIGLO DE LAS LUCES
El siglo XVII, llamado también Siglo de las Luces, comenzó con una guerra de sucesión dinástica que dio como resultado la ocupación del trono español por los Borbones franceses, en la persona de Felipe V. Toda la centuria se debatió entre los conceptos tradicionales , tanto en política como en estética, y las nuevas ideas. El racionalismo reformista europeo, que tuvo acogida en la burguesía y el apoyo de los filósofos de la Ilustración, defendió la razón como vía de conocimiento frente al candado de la tradición, las supersticiones y los dogmatismos de cualquier signo. El cristianismo cedió terreno a un vago deísmo natural.
El Estado asumió la dirección de la cultura, tarea para lo que contó con el apoyo de una minoría intelectual renovada (despotismo ilustrado). Reflejo del reformismo borbónico es la creación de la Biblioteca Nacional en 1712 (llamada entonces Real Biblioteca Pública), la Real Academia Española (1713) y las Sociedades Económicas de Amigos del País. También prosperaron las tertulias y los salones literarios, donde gentes de cultura fueron imponiendo sus gustos, basados en el orden, la pureza, la mesura, frente al dinamismo y la exageración barrocas.
La estética en que vino a dar este movimiento racionalizador y prescriptivo es el Neoclasicismo, que hubo de imponerse a los excesos en que degeneró el arte de culteranos y conceptistas. A lo largo de la centuria fueron fermentando ideas igualitarias y de crítica contra los dogmas heredados, fundamentalmente en Francia. La expansión de las notas ilustradas y enciclopedistas (filantropía, justicia, libertad, etc) terminó desembocando en la Revolución francesa, cuyos ecos irradiarían al resto de Europa. Especial importancia tuvieron las ideas de Rousseau, entre otros, en la exaltación de la vida natural frente a la civilización corruptora, y del sentimentalismo frente a la frialdad neoclasicista y los rigores de la razón. El resultado fue una literatura sentimental y lacrimógena. Se trata de la precoz manifestación de un “prerromanticismo” que anunciaba la explosión artística que tendría lugar enseguida.
LA REVOLUCIÓN ROMÁNTICA
Todo el siglo XIX fue de una extraordinaria agitación política y social que, en los primeros compases de la centuria, tuvo como momento culminante la Guerra de la Independencia, tras la que se produjo una reacción conservadora, en medio de vicisitudes diversas. El Romanticismo, cuyo espíritu arranca del Werther de Goethe, llegó a España a la muerte de Fernando VII (1833), con el regreso de los liberales que se habían exiliado huyendo de la persecución política.
El romanticismo tiene lugar durante el desmoronamiento del Antiguo Régimen y supone el fin de una estética reglamentista, que reproducía en el terreno artístico las viejas jerarquías del orden político. Una de sus notas más destacadas es el subjetivismo como exaltación del yo y la mostración de la desnuda interioridad del alma. El nuevo periodo está dominado por una idea anticlasicista y antinormativa que, frente a los corsés neoclásicos, exalta lo individual, lo nacional, las tradiciones populares y locales. Los jardines cultivados y la naturaleza ordenada del XVIII fueron sustituidos en la predilección artística por una naturaleza tempestuosa o nocturna, capaz de generar sensaciones de sublimidad, y con elementos tétricos y misteriosos (panteones, monasterios, etc.) Y si, en el territorio de lo personal, se propugna la libertad, en el ámbito colectivo se afirma la idea nacional (territorio, costumbre, literatura, folclore...) y el “espíritu de los pueblos”. Esta construcción mental de la patria, que se veía amenazada por el modelo supranacional napoleónico, incentivó la atracción por lo medieval – pues allí radicaba el origen- y los principios cristianos, constituidos en seña de identidad.
El repudio de toda idea de restricción y de represión hizo que, en el territorio de los modelos morales, se erigieran arquetipos relacionados con la desobediencia y la contravención de lo establecido (el pirata, el mendigo, la mujer fatal...)De un modo u otro, el nuevo tiempo alentó ideales que, al cabo, terminarían encallando en lo vulgar: de ahí el “mal del siglo”, un sentimiento de insatisfacción con el mundo que tendió a concretarse en la desesperación, la evocación de épocas (la Edad Media) o a través de los viajes reales o imaginarios. El suicidio (literario en el caso de Werther, efectivo en el de autores como Larra) supone la fuga definitiva de un mundo hostil.
En el ámbito de la poesía, donde se despliega más fácilmente la expresión libre y subjetiva de los estados anímicos, se produce la exaltación de lo misterioso, lo trágico, lo pesimista, lo heroico y lo amoroso íntimo. La pasión y la fogosidad connaturales al sentir romántico se tradujeron a veces en una cierta hipérbole sentimental y retórica. En el teatro, se desacataron las normas neoclásicas, recurriendo a temas históricos, legendarios o de aventuras, nutridos de pasiones sobrehumanas y personajes egregios. También la novela tuvo preferencia por estos temas. El enaltecimiento de lo distintivo implicó, casi paradógicamente, el cultivo de una literatura que, al fijarse en lo propio y particular, cuajó en las estampas y escenas costumbristas que prepararían el terreno a la narrativa realista.
REALISMO LITERARIO y sus secuelas
La revolución industrial, cuyo comienzo tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, dejó notar sus efectos de una manera evidente hacia la mitad del XIX. De hecho, el universo de valores de los románticos rezagados no podría entenderse sin tener en cuenta el acelerado proceso de industrialización que, entre 1850 y 1860, posibilitó la expansión del ferrocarril, lo que se tradujo a menudo en una literatura que se refería nostálgicamente a un mundo ya abolido por la modernidad. La vida social muestra cómo los primitivos ímpetus revolucionarios se habían ido diluyendo en un ambiente aburguesado cada vez más evidente. Avanzado el siglo, la revolución llamada “Gloriosa” de 1868 expulsó del trono a Isabel II; y, tras el sexenio revolucionario, en 1874 se inició la Restauración monárquica, en medio de una modorra política que a duras penas encubría la tensiones internas que desembocaron en la crisis del 98.
En lo específicamente literario, el Romanticismo podía darse por concluido, aunque aún tendría secuelas, algunas muy importantes, traspasada la mitad del siglo. Pero lo que predomina ya es una literatura que abandona el anterior protagonismo del “yo” romántico, y que se centra en la plasmación de la realidad externa .El gusto por lo exótico y lo extraordinario cedió paso a lo cotidiano y lo vulgar, y la inclinación romántica a lo indefinible fue sustituida por el amor por el detalle, la exactitud y la objetividad.
Al perder peso específico la subjetividad en favor de la objetividad, es lógico que el género predominante fuera la novela, que si en ciertos escritores fue el instrumento de creación de asombrosos mundos “cerrados”, en otros se orientó a la exposición de ideologías y de propuestas morales o políticas.
Este último tipo de relatos “de tesis” abunda especialmente en una vertiente controvertida de la literatura realista, o, para algunos, en una derivación de ellas: el naturalismo. En el último tercio de siglo, las ideas de índole materialista, pretendidamente científicas, trataron de explicar el funcionamiento del psiquismo de los personajes -el “alma” humana- según leyes biológicas que tiene un poderoso componente determinista. En este sentido, el naturalismo niega el libre albedrío, puesto que el modo de obrar de cada individuo obedece a su particular herencia biológica, sobre la que no tiene capacidad de actuación, y a las circunstancias sociales que marcan su educación y desarrollo. En el naturalismo literario influyen el positivismo de Comte, la teoría biológica de la evolución de las especies de Darwin... pero su prototipo narrativo es el francés Émile Zola. Los temas de las novelas naturalistas se pueblan de seres tarados, degenerados, psicópatas... mucho más adecuados que los personajes anodinos y sin relieve para poder mostrar la leyes de la herencia y las de tipo social.
EL RESURGIMIENTO DE LAS LENGUAS PENINSULARES
Con el desarrollo de los nacionalismos en el siglo XIX surge en la literatura, y en otros aspectos de la sociedad y la cultura, un movimiento de recuperación y de reconocimiento de las distintas lenguas que se hablan en la Península, además del castellano, que habían sobrevivido en el ámbito familiar durante los llamados <<siglos oscuros>> hasta el “Rexurdimento galego” o la “Renaixenϛa catalana”.
Estas lenguas son vehículos y expresión de las cultura, las tradiciones y las literaturas de las diferentes comunidades que las hablan, y ponen de manifiesto no solo el plurilingüismo de España, sino también su carácter multicultural. Son lenguas oficiales en las respectivas comunidades autónomas.
El gallego es lengua oficial en Galicia y se habla en algunos puntos de Asturias, León y Zamora. Aunque apenas presenta variación dialectal en la lengua hablada, se suelen distinguir tres zonas o bloques: el occidental, el central y el oriental.
El catalán es lengua oficial en Andorra, y, junto con el castellano, en Cataluña, Baleares y la Comunidad Valenciana (Bajo la denominación de valenciano). Además, se habla en una zona de Aragón en el Alguer (Cerdeña) y en el sur de Francia (antiguo Rosellón). Los dialectos del catalán se agrupan en dos variedades principales: catalán oriental y catalán occidental.
El vasco o euskera es la única lengua prerromana que sobrevivió a la romanización, aunque lo hizo de manera muy dialectizada, es oficial en el País Vasco y en las zonas de habla vasca en Navarra y, sin carácter oficial, se habla también en el suroeste francés (Labourd, Basse-Navarre, Soule), es decir, en los territorios que conforman el concepto de Euskal Herria.
EL GÉNERO LÍRICO EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
La poesía neoclásica e ilustrada
La poesía jugó un papel importante en las tertulias y salones literarios del siglo XVIII. Allí se discutieron, en gran medida,los diferentes modelos líricos que respondían a los distintos planteamientos ideológicos. En 1737 Ignacio de Luzán publica su Poética. En ella se propone una poética que siga las normas del “buen gusto” (breve, clara, honesta, útil, verosímil), frente a los excesos barrocos. Esta poesía se llama neoclásica porque ensalza el clasicismo de los autores renacentistas; se alía con la exaltación de los valores ilustrados, cívicos, etc que la acercan más a modelos narrativos que líricos. Esta poesía ilustrada fue liderada por Iriarte y Samaniego, autores de fábulas literarias en verso.
A finales del siglo XVIII aparece una poesía reflexiva, intimista, en la que el sentimiento adquiere preponderancia. El llanto, la queja, el tedio, la angustia son temas frecuentes de esta poesía en la que el tono es más vehemente, logrado mediante la presencia de apóstrofes, exclamaciones, vocativos y un exceso de adjetivacón. Observamos esta tendencia en la última etapa de Meléndez Valdés, José Cadalso, etc
La poesía romántica
La poesía romántica se gesta en España a partir de 1830, fruto de la admiración por la obra de Lord Byron y de los poetas franceses Víctor Hugo y Lamartine. La poesía romántica se establece a partir de la libertad de creación frente a la imitación del modelo clásico; de la emergencia de una conciencia nacional que indaga sobre lo popular y de la identificación con una naturaleza abrupta y melancólica en la que se proyecta el sujeto creador.
Las principales características de la lírica romántica son: tono elevado, uso frecuente de adjetivación y de reiteración; polimetría, revitalización de metros populares (copla, romance, seguidillas....); el marco escénico de una naturaleza solitaria, nocturna, tempestuosa; gusto por paisajes medievales y por el exotismo oriental; El yo lírico es un alma apasionada, exacerbadamente sentimental y solitaria. Es un ser vitalmente desubicado de su entorno social.
Los principales temas son: el amor apasionado e incontrolable, frecuentemente imposible; El pesimismo existencial. Rebeldía personal y social: gusto por personajes marginales pero libres.
Espronceda
Los inicios de José Espronceda se fundamentan en el clasicismo de Melendez Valdés. Su conocimiento del romanticsimo europeo durante su exilio (1827 – 1833) orientó su poesía hacia poemas extensos, de tono medievalizante. A partir de 1834 comienza a publicar sus Canciones, que se convierten en el símbolo del Romaticismo español.
Los principales rasgos de su poesía son los siguientes:
Introducción del “byronismo” y del ideal romántico de poesía total, con límites borrosos entre poesía y prosa, literatura y filosofía.
Combinación de la expresión del sentimiento con la lucha social o la indagación del conocimiento.
Incorporación de los marginados en la poesía: piratas, reos de muerte, mendigos, prostitutas.
Introducción del satanismo y del escepticismo religioso y sentimental.
Las características de su obra son: predominio del yo, mezcla de tonos y registros, fragmentación de la estructura, ruptura de la “falacia artística”, mediante la intervención continua del autor en la obra.
El estudiante de Salamanca es un poema narrativo de carácter legendario que narra los lances y aventuras del protagonista, don Felix de Montemar, el abandono de Elvira, el duelo y la muerte del hermano de aquella, una macabra boda y la asistencia a su propio entierro. Retoma el mito de don Juan, pero lo subvierte convirtiéndolo, por una parte, en un símbolo de la rebeldía total, de la negación de la religión y, por otra, en una indagación sobre el misterio de la vida y el hombre.
El diablo mundo es un poema narrativo inacabado, compuesto en octavas realies, que guarda alguna concomitancia con el Fausto de Goethe. Se caracteriza por la digresión y la alegoría. Tiene gran variedad de temas y registros. De él cabe destacar la elegía “Canto a Teresa” (Canto II) en la que muestra el duelo por la muerte de la amada, que también es el llanto por la pérdida de las ilusiones del yo poética.
Carolina Cononado
Primero en los gineceos y luego en los salones ilustrados, las mujeres, sobre todo las hijas de familias acomodadas de talante progresista, lograron tener espacios de debate y lectura literaria. Con el objetivo de prepararlas para educar a los hijos, algunas jóvenes fueron progresivamente accediendo a la cultura. La importancia que va adquiriendo el mundo de la prensa y la fidelidad de la mujer como lectora facilitarin que algunas de ellas colaborasen en las revistas de hogar, moda, educación religiosa, etc. Una de las primeras escritoras que logra renombre en la literatura es la autodidacta Carolina Coronado, elogiada por el propio Espronceda. Sus poemas publicados inicialmente en revistas, aparecieron en 1843 con el título de Poesías. Escribió además novelas y ensayos y en su casa se celebraron importantes tertulias literarias en las que acogió a los escritores liberales del momento.
La poesía posromántica
A partir de 1850 comienza a expresarse una nueva sensibilidad poética que se consolida en la obra de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, quienes llevarán a cabo la renovación poética de finales del siglo XIX. En este período surgen también otras nuevas tendencias, como la parnasiana y la simbolista, que anticipan la poética modernista de los primeros años del siglo XX.
La renovación estética de la poesía de finales del siglo XIX se caracteriza por los siguientes rasgos:
Limitación de la retórica romántica
Uso de un lenguaje sencillo, cercano al cotidiano.
Preferencia por un ritmo suave, estrofas elementales, rimas asonantes y el verso blanco
Predominio del sentimiento por encima de la razón y la imaginación en una poesía cercana a la gente humilde cuyas costumbres describen.
Modelos : Campoamor y el Romanticismo alemán, sobre todo Heine.
Gustavo Adolfo Bécquer
Aunque sus primeras composiciones se producen con apenas trece años, no será hasta después de su muerte, cuando la obra de este, recopilada por sus amigos con el título de Rimas, alcance la notoriedad de la que goza.
En sus poemas predomina la estrofa breve de versos pares en asonantes junto a la combinaión de versos dodecasílabos y decasílabos con heptasílabos y hexasílabos. En ellas hay un intento por borrar los límites entre poesía culta y popular, siguiendo el gusto por la cultura tradicional iniciado en las décadas anteriores. La distribución de las rimas por parte de sus editores se realizó en torno a los cuatro temas fundamentales que aborda la poesía de Bécquer:
La poesía: Rimas I a XI
Amor jubiloso: Rimas XII a XXIX
Desengaño y dolor: Rimas XXX a LI
Angustia y muerte: Rimas LI a LXXVI
Rosalía de Castro
El primer libro que publicó Rosalía fue La flor (1857) y aunque en él sigue los dictaods de Espronceda, ya comienzan a manifestarse motivos característicos de su obra posterior como el dolor o la dulzura. Los siguientes libros los escribirá en gallego, Cantares gallegos,(1863) y Follas novas (1880), en los que, además de reivindicar el gallego como lengua poética y de cultura y de presentar temas del folclore gallego, aparecen reflejados aspectos de la realidad social con un sentido crítico y de denuncia.
En su última obra, A las orillas del Sar (1884), escrita en castellano, si bien continúa con la temática anterior (amargura, desdesperanza, nihililsmo, dudas de fe) depura la forma y la materia, más esencial e intimista, en una poética propia del desasosiego y de lo indefinible. Las estrofas tienen un número variable de versos y hay libertad métrica, aunque abundan los versos alejandrinos y la rima consonante o el verso blanco.
Su obra no recibió la atención ni el aprecio que merecía. Como otras poetas de la época, como Blanca de los Ríos o Josefa Massanés, todas sufrieron la infravaloración de su obra por el hecho de ser voces femeninas.
EL ENSAYO
El ensayo dieciochesco
El ensayo es el género literario por excelencia en el siglo XVIII pues es el que mejor responde a la actitud racional y reflexiva con la que se enfrentan al conocimiento los intelectuales del momento. El talante ilustrado somete a la observación crítica y al dictado de la razón todo cuanto compete a la vida humana; además, el intelectual desea participar como ciudadano en la proposición de soluciones para la colectividad, con quien asume cierta responsabilidad a favor del progreso.
Surgen nuevos géneros discursivos como las memorias, los informes, los diarios, los ensayos periodísticos o los diccionarios, que recogen los distintos saberes, como la célebre Enciclopedia francesa (1751 – 1780).
Feijoo, Cadalso y Jovellanos
Benito Feijoo fue un fraile benedictino y es el gran representante del ensayo del siglo XVIII. Escribió una obra de carácter enciclopédico llamada Teatro crítico universal o Discursos varios, en todo género de materias para desengaño de errores comunes en un tono sencillo y con guiños humorísticos. Su segunda obra, Cartas eruditas y curiosas, es más breve y ágil.
En el género ensayístico del XVIII puede incluirse también la obra Cartas marruecas de José Cadalso. Estas presentan un breve armazón narrativo que permite una conversación a distancia ente varios corresponsales ficticios: dos marroquís y su tutor y un español. Los textos tienen similitud con el informe de un viaje, el diálogo pedagógico o la reflexión. Los temas son variados como la historia de España y los defectos nacionales.
Gaspar Melchor de Jovellanos destacó en el ámbito del ensayo con discursos, informes y memorias. Alguna de sus obras es el Informe sobre la ley agraria (1795). Tiene un espíritu reflexivo. Trata las insuficiencias y defectos del país, cuya reforma está en manos de la educación.
El ensayo periodístico
En el siglo XIX el ensayo sufre un cierto retroceso frente al auge anterior. De nuevo se vuelve a un tipo de oratoria en la que predominan la retórica y la artificiosidad. No obstante, destacan grandes figuras como Marcelino Menéndez Pelayo, Jaime Balmes, el krausista Giner de los Ríos, el regeneracionista Joaquin Costa o la feminista Concepción Arenal.
Pero si hay un género que sobresale dentro del ensayo del XIX es el artículo periodístico, nacido en la centuria anterior. Durante este siglo, los escritores se profesionalizan, fundamentalmente, a través de sus colaboraciones periodísticas en las que, por entregas, publican sus obras. Siguiendo el modelo de Larra, escriben artículos periodísticos Clarín o Emilia Pardon Bazán.
Mariano José de Larra
En el tiempo en que Larra escribe, los periódicos ofrecían unos artículos, llamados de costumbres, en los que prevalecía la descripción y el pintoresquismo. Larra aporta en los suyos una dosis importante de escepticismo, crítica, hondura reflexiva y humor que los singularizan, convirtiéndolos en excelentes piezas literarias.
Larra publicaba con pseudónimos que tenían diferentes caracteres: satírico (“El duende”), irónico y mordaz (“Fígaro”), etc. Sus artículos han sido agrupados en crítica teatral y literaria, de costumbres y política. Algunos títulos son: “Vuelva usted mañana”, donde se critica la lentitud y pesadez de la administración en nuestro país, o “Un reo de muerte”, donde crítica no sólo esta práctica sino a toda la sociedad.
LA NARRATIVA
La narrativa anterior a 1870
La narrativa del siglo XVIII sigue inicialmente los modelos renacentistas y barrocos, aunque estos ya mostraron su agotamiento a finales del XVII con autores como Diego Torres de Villarroel. A finales de siglo la narrativa se aleja del didactismo anterior.
El gusto por lo siniestro en el Romanticismo origina la creación de una narrativa de terror, en la línea de los cuentos góticos ingleses.
El interés por el pasado legendario y exótico favorece el surgimiento de la novela histórica, alrededor de modelos como Walter Scott o Victor Hugo. Se describe una ruptura entre el individuo y la sociedad, entre el yo y el mundo, como en El doncel don Enrique el doliente de M. José de Larra.
El romanticismo español recupera el poema épico del siglo XVII, dándole un doble tratamiento: histórico o fantástico. Son ejemplos El moro expósito, del duque de Rivas, sobre la leyenda de los infantes de Lara., El diablo mundo de Espronceda o, posteriormente, las Leyendas de Bécquer.
El costumbrismo, aunque nace antes, tiene su apogeo en el Romanticismo. Este presenta dos tendencias, una conservadora, casticista, moralizante y otra satírica y caricaturesca. Larra se enmarca en el segundo grupo. A mediados del siglo XIX el costumbrismo romántico evoluciona. Sobresale la figura de Cecilia Böhl de Faber, quien firmaba con el peudónimo de Fernán Caballero. Entre otros libros, escribió La gaviota.
La narrativa posterior a 1870
Con la revolución del 68 se cierra el reinado de Isabel II y se abre otro periodo marcado por un afán democrático y modernizador y por un fértil debate intelectual. En este ambiente, la novela será el genero que eclipse a los demás. Se permite combinar la ficción con la documentación. Se analiza la sociedad y el individuo a través del comportamiento del prototipo burgués urbano y provinciano. Se abordan temas que cuestionan la moral burguesa, familiar y de clase, la educación religiosa y el papel de los sacerdotes en ella, la preponderancia del instinto sobre la norma o la lucha social. Para ello se configuran espacios y escenarios (el Madrid de Galdós, la Vetusta de Clarín, etc). Se ahonda en el papel del narrador y el punto de vista y se recupera el perspectivismo cervantino que, junto a los modelos europeos (Balzac, Flaubert, Dickens, Dostoievsky...) actúan como referentes literarios.
CARACTERÍSTICAS DEL REALISMO
Búsqueda de verosimilitud y objetividad mediante largas y detalladísimas descripciones que producen un ritmo pausado de la acción.
Complejidad de los personajes. Se realizan extensos análisis de su psicología, husmeando en los entresijos de sus deseos y de sus ideas, en ocasiones recurriendo a lo subconsciente u onírico. Se analiza también la interacción del individuo con la sociedad.
Construcción de historias de vidas particulares que se entrelazan ofreciendo un universo narrativo complejo.
Acumulación de diferentes puntos de vista que dan lugar al perspectivismo narrativo.
Lenguaje naturalizado, cercano al familiar o coloquial, lo que conlleva una mayor riqueza expresiva y un mayor valor comunicativo.
El lector se siente como un observador de la realidad contemporánea sobre la que se procura que adopte una actitud reflexiva y moral.
Pereda, Alarcón y Valera
En un primer momento la escritura de los novelistas del 68 permanece anclada en un Romanticismo rezagado, costumbrista y moralizante. Son las denominadas “novelas de tesis” localizadas en las primeras obras de Galdós (Doña Perfecta, Gloria, La familia de León Roch) y, sobre todo, en la producción de Pereda y Alarcón.
Las novelas del santanderino José María de Pereda presentan la visión de la clase media rural, la burguesía o los terratenientes que ven, nostálgicamente, la desaparición de los valores tradicionales de su mundo ante la irrupción de la sociedad moderna. Los personajes son casi estereotipos y apenas hay trama, en favor de un gran apego al costumbrismo y al casticismo. De sus primeras obras podemos destacar Don Gonzalo González de la Gonzalera (1878), una caricatura de los nuevos ricos, librerales, en un ambiente rural. Sus grandes novelas, ambientadas en el Santander rural son Sotileza (1884) y Peñas arriba (1895). También el granadino Pedro Antonio de Alarcón se mueve en esta línea entre un romanticismo tardío y un costumbrismo moralizador. Un ejemplo de su eclecticismo, en donde combinó el romance,la farsa, el costumbrismo y la novela histórica es Un sombrero de tres picos (1874), novela breve situada en el siglo XVIII.
Aunque comparte con Pereda y Alarcón el entorno de la alta sociedad, el diplomático Juan Valera fue un liberal escéptico, partidario de la modernización social y económica del país. En sus novelas tiene mucho más peso la introspección psicológica que la realidad externa. Su obra más importante es Pepita Jiménez (1874). Se presenta dividida en dos parte: la primera epistolar y la segunda en estilo indirecto. La obra -la historia de la atracción amorosa de un seminarista por una viuda- recoge una parodia de cierto misticismo y un leve anticlericalismo.
Benito Pérez Galdós
Fue el autor más prolífico y popular de su época y su obra representa un hito no solo de la narrativa realista decimonónica, sino de la literatura española en general. Es considerado como el mejor novelista después de Miguel de Cervantes. Es difícil establecer una clasificación de sus obras tanto por la variedad de temas como por el número de ellas. En total son 77 novelas. 46 de ellas corresponden a la serie de los Episodios nacionales. No obstante, podemos dividir su obra en tres etapas:
Novelas de tesis (1870 - 1878)
Entre ellas señalaremos dos: la primeriza, La fontana de oro (1870) y Doña Perfecta (1876). Esta última presenta las claves narrativas de esta primera etapa del autor: contraposición de dos visiones, la progresista del joven ingeniero Pepe Rey y la que representa su tía Perfecta y sus aliados clericales y reaccionarios, representantes del inmovilismo y la intolerancia; perspectivismo narrativo (diálogos, cartas, monólogo, sueño...); variaciones del punto de vista del narrador (plano de las apariencias y plano de los hechos) y alternancia del narrador omnisciente con el narrador objetivo, testigo de los hechos.
Novelas contemporáneas (1879 - 1888)
Algunas de las obras que se publican en este periodo han sido denominadas “naturalistas, bien porque en ellas aparecen reflejados aspectos sórdidos, indecorosos o deformes de la realidad física o psicológica, bien porque se alude al determinismo social o genético para explicar algunas conductas humanas. Pero cabría mejor hablar de un naturalismo atenuado en obras como La desheredada (1881), Tormento (1884), Lo prohibido (1885) o Fortunata y Jacinta (1887).
Las claves narrativas de esta segunda etapa son las siguientes:
Desaparece la localización imaginaria de las obras. Surge Madrid como ciudad del complejo universo novelesco.
Se produce una evolución hacia un análisis más profundo de los personajes que relajan su tendenciosidad.
El diálogo se decanta cada vez más hacia la reproducción del habla con el uso de modismos.
Los personajes y los acontecimientos se convierten en trasuntos simbólicos de la España de la Restauración, a través de la carga simbólica de la nominación de los personajes y del entrecruzamiento de la vida privada de estos con la vida pública de la nación.
Reaparecen personajes de obras anteriores.
Se describe una sociedad vencida por la inmoralidad, la mediocridad, el materialismo, la hipocresía, el engaño y la falta de ideas.
Novelas espiritualistas
La Incógnita y Realidad, ambas de 1889, abren un periodo de novelas que guardan una relación problemática con la realidad. La primera es una novela epistolar y la segunda, una novela dialogada, teatral. Ambas comparten personajes y temas y suponen un juego especular entre sí. Tratan de un adulterio, visto desde distintas perspectivas que muestan la dificultad para conocer la realidad. Aunque la espiritualidad, ya había aparecido en obras como Miau, será preponderante en las novelas de los años 90. Ya en Ángel Guerra (1891), el mundo alegórico se va sobreponiendo al realista. El carácter velado, casi incognoscible de la realidad, conducirá a una tendencia espiritualista que presenta la vida cristiana en el mundo contemporáneo presente en las novelas Nazarín (1895), Halma (1895) y Misericordia (1897).
Leopoldo Alas Clarín
Leopoldo García- Alas Ureña tomó el pseudónimo de Clarín, que utilizó por primera vez en la revista Solfeo, en donde sus colaboradores firmaban con el alias de un instrumento musical. Fue un destacadi y temido crítico literario y en el género de la narrativa dejó varios volúmenes de cuentos y novelas breves y dos grandes novelas : La Regenta (1885) y Su único hijo (1890).
La Regenta, junto con Fortunata y Jacinta, es considerada una de las grandes obras del Realismo español. La obra se presenta dividida en dos partes, no exactamente simétricas, aunque ambas contengan quince capítulos, difiriendo en la secuenciación temporal: la primera abarca tres días de octubre (presenta una acción morosa, se detalla el ambiente y hay incursiones en el pasado) y la segunda se desarrolla a lo largo de tres años.
En la primera parte, se nos presenta la compleja red de personajes: Ana Ozores (joven inquieta pero frustrada, casada con el viejo regent4e, Víctor Quintanar, lector de dramas calderonianos del honor), Fermín de Pas (magistral de la catedtral de la ciudad de Vetusta, ambicioso y enamorada de Ana) y Álvaro de Mesía (don Juan de Vetusta, que consigue atraer a Ana ). Se muestran también los espacios, que tienen amplia carga semántica en esta narrativa : Vetusta a vista de pájaro, la catedral y el cabildo, el casino, la casa de los Vegallana, el palacio de los Ozores, los paseos, la “colonia”, etc. La segunda parte desarrolla las distintas relacione que se establecen entre los personajes: Vetusta- Ana, Magistral – Vetusta y Ana – Magistral, esencialmente. Ana sucumbe a los requerimientos eróticos de Álvaro, Fermín denuncia el adulterio y Álvaro mata en un duelo a Víctor, que había reclamado la defensa de su honor, y huye dejando sumida en la desgracia y el abandono a Ana.
En esta obra, tan bien estructurada, se nos muestran diversas técnicas realistas con brillante ejecución: el estilo directo e indirecto, el monólogo interior, la profundidad de los diálogos, el valor de los sobrentendidos, el perspectivismo, los rasgos prefreudianos, el humor y la ironía.
EL TEATRO
El teatro neoclásico
Aunque en los primeros años del siglo XVIII los corrales de comedias continuaron con su actividad, el deterioro de los mismos y la peligrosidad del ambiente, aconsejaron, a medida que las ideas ilustradas fueron imponiéndose, la creación de coliseos, siguiendo el modelo italiano de teatro cerrado con telón. Los primeros cambios en la escena aparecieron con la incorporación del teatro musical destinado, fundamentalmente, a la clase alta.
Los ilustrados tomaron como valores supremos la razón, la moral pública y el orden social y buscaron en las expresiones literarias un equilibrio entre el deleite y la utilidad. En 1737 Luzán formula en su Poética la intención de modernizar el teatro español siguiendo el modelo francés. Para ellos el teatro era un mecanismo apropiado para incukcar las ideas de la reforma moral y social, pero debían corregir los excesos a los que había llegado y depurarlo. El teatro neoclásico planteó tres géneros para este fin, ya entrada la segunda mitad del siglo.
Los subgéneros teatrales neoclásicos son la tragedia (Raquel, de Víctor García de la Huerta), la comedia de costumbres y sainetes de la vida cotidiana madrileña (La señorita malcriada, de Iriarte) y la comedia sentimental (El delincuente honrado, de Jovellanos).
Desde el punto de vista formal es un teatro que guarda las reglas de las tres unidades: unidad de tiempo (el tiempo interno no debe sobrepasar las 24 horas); unidad de espacio: la representación se desarrolla en un solo escenario por el que entran y salen los diversos personajes de la obra; y unidad de acción: tres actos que se corresponden con la presentación, el nudo y el desenlace.
Leandro Fernández de Moratín
Moratín es el representante genuino del teatro neoclásico. En sus comedias refleja los problemas de la clase media y los ideales burgueses: la familia, el matrimonio, las relaciones sociales, los nuevos usos amorosos. Evita los elementos maravillosos, sublimes, así como lo desagradable o miserable, buscando siempre el buen juicio, la mesura y la educación.
El teatro moratiniano nace de una combinación de elementos propios de las comedias neoclásicas de costumbres y sentimental. En ella se plasma una visión crítica de los comportamientos sociales: la hipocresía, los prejuicios de clase, la vanidad y la falsedad. Escribió cinco obras teatrales que pueden ser agrupadas según su temática en dos grupos: acuerdos matrimoniales (El viejo y la niña, El sí de las niñas...) y la crítica de los usos teatrales (La comedia nueva o El café).
El sí de las niñas (1801) supone la culminación de la producción dramática de Moratín. Los personajes que pertenecen a la clase media, excepto los criados, ponen de manifiesto las contradicciones de esta clase al tratar de denunciar la inautenticidad de los matrimonios concertados sin la voluntad de los contrayentes. El enredo, los diálogos, el papel de los criados y el final feliz lograron el aplauso del público, aunque también asumieron los valores de esa nueva burguesía, expresando las contradicciones entre el humilde papel de la mujer como ángel del hogar y el modelo del amor pasional romántico. El sí de las niñas supuso el reencuentro del público con el teatro, lejos del pasado histórico o de los conflictos nacionales para devolverle la comicidad e implicación del teatro anterior, al dar cabida al tema amoroso como motor de la escena.
El teatro romántico
Durante el primer tercio del siglo XIX se escribe un teatro que, básicamente, sigue las pautas del siglo anterior. Por una parte, continúan las tragedias neoclásicas en las que , sin embargo, se insinúan ya algunos cambios encaminados hacia el teatro romántico: el interés se centra más en el personaje que en la acción, hay mayor interés por lo legendario que por lo meramente histórico y se manifiesta cierta angustia existencial. Por otra parte, la comedia sigue el modelo de Moratín, reflejando el mundo burgués y sus aspiraciones con vocación realista y contemporánea. Poco a poco el teatro abandona su ideal de ser un instrumento de educación del pueblo, para centrarse en su función como agente de ocio de una nueva clase social sometido a criterios empresariales, en los que aparece retratada la sociedad contemporánea. Poco a poco, el teatro abandona su ideal de ser un instrumento de educación del pueblo, para centrarse en su función como agente del ocio de una nueva clase social sometido a criterios empresariales, en los que aparece retratada la sociedad contemporánea. En las primeras décadas del siglo XIX controla la escena Bretón de los Herreros, que respeta las reglas neoclásicas aunque crea personajes con ideales románticos .
A partir de 1830 se observa en escena la ruptura con las normas neoclásicas. Continúa predominando el tema histórico, pero, desde la libertad creativa, se proponen nuevas divisiones y se busca constantemente la captación del público a través de giros argumentales y efectos teatrales, singularizando al protagonista marcado por un sino trágico y existencial. Aparecen personajes encadenados al amor y al abuso de poder que expresan los conflictos entre el deseo del protagonista y los deberes sociales o morales.
Los primeros dramas románticos son los de Martínez de la Rosa, La conjuración de Venecia (1834) y Mariano José de Larra, Macías (1834). La primera se desarrolla en el siglo XIV y muestra un mundo de intrigas , traiciones y secretos, pero está más cerca del melodrama francés con su final feliz que del espíritu propiamente romántico, aunque se encuentran en ella escena tenebrosas y sepulcrales de un romanticismo incipiente. Por su parte, Larra muestra en su obra la pasión amorosa de un poeta gallego, un trovador del siglo XV que lucha contra las normas sociales, contra el matrimonio, y cuyo sufrimiento individual le conducirá a la muerte.
El drama romántico más significativo de este periodo es, sin duda, don Álvaro o la fuerza del sino (1835), de Ángel Saavedra, duque de Rivas. Aunque en ella se encuentran rasgos del tgeatro áureo como el honor y los cambios de identidad, aparecen ya elementos propiamente románticos como el origen incierto, confuso, del prtagonista (Álvaro es hijo de una princesa inca y un indiano), la fatalidad, la lucha individual contra una sociedad reaccionaria, hostil, o el tratamiento de unos escenarios que se convertirán en clichés del género: el convento como refugio de enamorados, el duelo o el suicidio en un lugar inhóspito y lleno de relámpagos.
Si bien hubo otros autores importantes, de entre los que cabe citar a Antonio García Gutiérrez autor de Trovador (1836) o Juan Eugenio Hartzensbuch y Los amantes de Teruel (1837), la figura señera en el teatro romántico es el vallisoletano José de Zorrilla con su obra Don Juan Tenorio (1844).
En el Tenorio, obra cuyo subtítulo es “Drama religioso – fantástico”, Zorrilla reunió el tema de la leyenda medieval y el burlador y seductor, tratado antes por Tirso de Molina en el XVII en su obra El burlador de Sevilla, junto con las versiones románticas del mismo Dumas, de Byron y, sobre todo, de José de Espronceda en El estudiante de Salamanca, quien presenta a un don Juan imbuido por la angustia existencial y el satanismo.
El teatro en la segunda mitad del siglo XIX
Tras los cambios vividos en España después de la revolución de 1868 y el asentamiento de la sociedad burguesa en nuestro país con el inicio de una ligera industrialización, la literatura y las artes en general se acomodan a los nuevos tiempos.
Desde la década de los cincuenta se habían introducido nuevas normativas en las salas teatrales conducentes a dotarlas de una entidad empresarial y de ocio, ofertando a un teatro popular al gusto del público, al dictado del éxito empresarial. Este modelo teatral es rechazado pior el sector más intelectual que critica la ínfima calidad literaria de los espectáculos estrenados.
Por una parte, se mantienen algunos de los rasgos del teatro romántico, com sucede con el autor más reconocido de las tablas hacia 1875, José de Echegaray, matemático, ingeniero y político, que fue tan denostado como alabado por la crítica y que llegó en 1904 a obtener el Premio Nobel de Literatura. Sus dramas, escritos en prosa y verso, llevan a extremos de exageración de los conflictos y las pasiones, mediante unos personajes empujados por fuerzas que los sobrepasan, llegando en muchas ocasiones a lo grotesco e inverosímil. Algunas de sus obras son: Locura o santidad (1877) o El hijo de Don Juan (1892).
Por otra parte, aparecen los partidarios de llevar a la escena la realidad palpitante y social. Su figura más destacada es Joaquín Dicenta que en su obra Juan José (1895) denuncia las condiciones de vida del mundo obrero madrileño y los caracteres de supervivencia forjados en ellas.
Su escritura se aleja del lirismo para presentar la realidad social en toda su crudeza, mostrando en escena la violencia de género sufrida por la pareja del protagonista. La obra retrata la realidad social en la que viven las mujeres, aunque su denuncia no sea objeto de la obra, siguiendo con ello postulados del teatro naturalista de presentar los hechos y que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones.
El teatro de finales del siglo XIX se diversifica en un teatro popular que cultiva el “género chico”, combinación de zarzuela y sainete (La berbena de la paloma) o los primeros pasos de autores que entran ya en el siglo XX como Benavente, Arniches o los hermanos Quintero. En este panorama tiene lugar la propuesta teatral de Pérez Galdós, quien aportó al teatro fórmulas literarias que ya había expresado en sus novelas, un naturalismo impregnado por el simbolismo y la introspección psicológica, protagonizado por la clase media y las capas populares. Muchas de sus obras fueron adaptaciones teatrales de sus novelas, como Doña Perfecta, Realidad o El abuelo.
ESQUEMA:
EL SIGLO DE LAS LUCES
LA REVOLUCIÓN ROMÁNTICA
REALISMO LITERARIO y sus secuelas
EL RESURGIMIENTO DE LAS LENGUAS PENINSULARES
EL GÉNERO LÍRICO EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
La poesía neoclásica e ilustrada
La poesía romántica
Espronceda
Carolina Cononado
La poesía posromántica
Gustavo Adolfo Bécquer
Rosalía de Castro
EL ENSAYO
El ensayo dieciochesco
Feijoo, Cadalso y Jovellanos
El ensayo periodístico
Mariano José de Larra
LA NARRATIVAS
La narrativa anterior a 1870
La narrativa posterior a 1870
Pereda, Alarcón y Valera
Benito Pérez Galdós
Novelas de tesis
Novelas contemporáneas
Novelas espiritualistas
Leopoldo Alas Clarín
EL TEATRO
El teatro neoclásico
Leandro Fernández de Moratín
El teatro romántico
El teatro en la segunda mitad del siglo XIX
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