Lee atentamente el
fragmento de Voltaire
y contesta:
Elogio histórico de la Razón
En el siglo XVI Erasmo hizo el
Elogio de la locura. Vosotros me ordenáis que
os haga el elogio de la Razón. Vemos que esta Razón
efectivamente no es elogiada hasta doscientos años después
que su enemiga; y hay naciones en las cuales todavía se
la desconoce.
En el tiempo de nuestros druidas1,
la Razón era tan desconocida en nuestra tierra que ni
siquiera tenía nombre en nuestra lengua. César no
la introdujo ni en Suiza, ni en París, que por aquel
entonces no era más que una aldea de pescadores, y él
mismo apenas la conoció. Aquel magnánimo insensato
salió de nuestro país devastado para ir a devastar el
suyo y para hacerse asestar veintitrés puñaladas por otros
veintitrés ilustres furibundos que no le llegaban ni a la
suela del zapato.
El franco Clodoveo
llegó alrededor de quinientos años después para exterminar
una parte de nuestra nación y sojuzgar a la otra. No se oía
hablar de Razón ni en su ejército, ni en nuestros
desdichados villorrios, a no ser de la razón del más
fuerte. Durante largos años malvivimos en esta
degradante barbarie. Las Cruzadas no
nos sacaron de ella. Fueron a un tiempo la locura más
universal, la más atroz, la más ridícula y la más
infortunada. La Razón se ocultaba en un pozo, junto con
la Verdad, su hija. Nadie sabía dónde estaba este pozo; y
en caso de saberlo hubieran bajado a él para degollar a la
hija y a la madre.
Una vez los turcos hubieron tomado
Constantinopla y redoblado las espantosas desgracias de
Europa, dos o tres griegos en su huida cayeron en este
pozo, o más bien en esta caverna, medio muertos de
cansancio, de hambre y de miedo. La Razón los acogió
humanitariamente. Recibieron de ella un pequeño número
de instrucciones, porque la Razón no es prolija2.
Les hizo jurar que no revelarían el lugar de su
escondrijo. Partieron, y después de mucho andar llegaron a
las cortes de Carlos V y de
Francisco I. Incluso fueron
recibidos por el emperador y por el rey de Francia,
quienes les dedicaron una ojeada al pasar mientras se
dirigían en busca de sus amantes. Pero su esfuerzo
fructificó en las pequeñas ciudades, donde encontraron a
buenos burgueses que aún conservaban, no sé cómo, algún
vislumbre de sentido común.
Estos débiles fulgores
se extinguieron sin duda en Europa entre las guerras que
la asolaron. Dos o tres chispas de razón no podían iluminar
al mundo en medio de las antorchas ardientes y de las
hogueras que el fanatismo encendió durante tantos años. La
Razón y su hija se ocultaron más que nunca. No
obstante, algunas semillas de los frutos que siempre
llevan consigo, y que habían esparcido, germinaron en
la tierra, e incluso sin pudrirse.
—Hija mía —decía
la Razón a la Verdad—, creo que nuestro reinado podría
empezar a ser efectivo después de nuestra larga prisión.
Ya veis que todo llega tarde; había que pasar por las
tinieblas de la ignorancia y de la mentira antes de
volver a vuestro palacio de luz, del que se os ha
mantenido alejada juntamente conmigo durante tantos
siglos. Nos ocurrirá lo que le ha ocurrido a la Naturaleza:
que ha estado cubierta por un maligno velo y
completamente desfigurada durante incontables siglos. Por fin
llegaron un Galileo, un Copérnico,
un Newton, que la mostraron casi
desnuda, haciendo que los hombres se enamoraran
de ella. Ahora veo que desde hace diez o doce años en
Europa se dedican a las artes y las virtudes necesarias, que
suavizan la amargura de la vida. Vos, que nunca habéis
podido mentir, decidme qué época hubierais preferido a
esta para echar raíces en Francia. Gocemos, pues, de
tan buenos tiempos; quedémonos aquí, si duran; y si se
repiten las tempestades, volvamos a nuestro pozo.
Voltaire
Novelas y
cuentos, Planeta
1druida:
en la antigua Galia, miembro de la casta sacerdotal.
2prolijo: excesivamente largo o minucioso.
Actividad 6
¿Qué opinión le merece a Voltaire su tiempo con respecto a épocas anteriores? Argumenta tu respuesta citando frases del texto.